_Resucitó.
Don José, el almacenero del pueblo, pronunció esa palabra y se quedó mirando a las señoras que, desde el otro lado del mostrador, hacían las compras. Hizo silencio
Las tres mujeres mayores hicieron un gesto como de asombro y susto.
– Fue anoche -siguió- después de las 12. Una luz amarilla fuerte se levantó sobre el cementerio .Resplandecía. El pueblo se iluminó como nunca. Siguió un sonido raro que nunca nadie había escuchado y después el llanto. Un llanto triste desgarrador… y luego una risa que daba terror.
El gordo José se posesionaba. Acompañaba cada palabra con gestos de su cara… Abría los ojos espantado por lo que contaba y en sus manos un cuchillo largo y filoso marcaba el aire, acompañaba el relato para que la atmósfera de miedo fuera todavía más pesada.
_Anda la llorona. Tengan cuidado. Dicen que volvió para vengarse de las mujeres que le hicieron mal.
Las señoras dieron media vuelta y sin saludar salieron disparadas.
Enseguida el miedo se esparció por esas pocas calles. Cuentan que el pánico creció y con el paso de las horas eran pocos los incrédulos en el pequeño y remoto pueblo. Fue así que el llanto de la llorona invadía las madrugadas silenciosas. Y escucharla daba escalofríos…
Presas del temor y de lo que era un gran misterio, empezó a crecer la necesidad de verla. Y no solo de escucharla.
Los más valientes hablaban de enfrentarla, de echarla. Trazaron un plan. Convocaron a todos. Hombres y mujeres. No eran muchos. Acordaron que los hombres irían adelante. Anochecía. El gordo Luis con su cuchillo en la mano, estaba entre los de adelante. Caminaron de una punta a la otra del pueblo y nada. Entonces enfilaron al cementerio…
Las linternas marcaban el camino. Entraron y pensaron en dividirse pero rápidamente abandonaron la idea. Solo caminaron unos pocos metros y sucedió:
Primero fue un quejido corto, luego ese llanto que paralizó a todos. Nadie se movió.
Alguien señaló hacia el lugar de donde venía. Fueron avanzando despacio como si les costara dar pasos. El gordo Luis vio la tumba y se tapó la boca espantado. La rodearon. La tapa estaba corrida. Otro hombre se agachó y apuntó su linterna al pozo. Vio el cajón viejo abierto y vacío, y sobrevino otro lamento, de allí donde no había nada, eso los aterró. Nadie pudo salir corriendo. Lo que sentían era miedo. Ese miedo que no te deja mover…
El grupo se quedó en silencio, alerta esperando algo más. Hacía calor, no había una gota de viento y el cielo estaba estrellado. La luna llena bañaba de luz esa noche tenebrosa.
El paso del tiempo había dañado la lápida. Ya no había foto. Se podía leer el nombre pero no el apellido. LEONOR. Y la fecha de muerte 1901…
Alguien atinó a preguntar — ¿Quién sería esta Leonor?– Los más grandes buscaron en su memoria sin éxito.
Y vino otro grito de dolor. Que también podría ser de rabia. Duró más que los anteriores. Volvieron a mirar esa tumba abierta donde no había nadie. Ahora algo les llamó la atención. Una hoja blanca que no estaba allí cuando llegaron.
El gordo Luis cuchillo en mano se adelantó y la levantó. Estaba escrita con rojo. Le apuntaron con todas las linternas a la vez y no les quedó ninguna duda: ¡era sangre!
El murmullo dio paso a la voz del gordo que leyó lentamente lo que decía:
«Mi venganza acaba de empezar! La esparciré a través de los siglos, y el tiempo está de mi lado».
Por si alguien no entendió, el hombre del cuchillo leyó otra vez, aún más lento…
«Mi venganza acaba de empezar!… La esparciré a través de los siglos… y el tiempo está de mi lado».
Las miradas hablaron, No había tiempo que perder. Cada uno corrió a sus casas. Y la noche los castigó con más lloriqueos desgarradores, espantosos.
Aquella mañana fue a pleno sol. Radiante. Primaveral. El almacén del gordo José estaba cerrado. También el único banco. No había gente en la plaza. Y las casas lucían con sus persianas bajas. Al mediodía todo seguía igual. Solo el viento levantaba polvareda en las calles de tierra…
Los noticieros de la época, titularon con la noticia: los diarios del mundo mandaron sus periodistas.
Hablaban del pueblo que se había vaciado por miedo al fantasma Leonor